Por: Patricia López Padilla Barrera
Aunque disto de ser afecta a festejar el Día Internacional de la Mujer y a formar parte de los movimientos que en su mayoría promueven lo que considero un “falso feminismo”, el pasado 8 de marzo leí algunos cuentos del libro “Las Revoltosas”[1]. Llamó mi atención este libro, porque tal vez, en sus debidas proporciones, siempre me he considerado una mujer rebelde, voluntariosa y hasta cierto grado, transgresora de una que otra tradición familiar.
Uno de los cuentos contenidos en el libro “Las Revoltosas”, está dedicado a María Antonieta Rivas Mercado. Desde hace tiempo, siento una particular admiración por esta singular mujer (que por cierto, jamás se comportó como “una mujer”, o al menos, no como una “mujer convencional”); sin embargo, las vivencias que he experimentado en estos últimos meses me han permitido analizar sus errores y sus debilidades, y observar su figura desde otra perspectiva.
Antonieta nació en una familia de abolengo y fue la segunda hija de Antonio Rivas Mercado, el arquitecto predilecto de Don Porfirio Díaz (a quien, por cierto, Dios tenga en su gloria); célebre por haber edificado el “Angel de la Independencia”[2].
Antonieta llevaba el nombre de su padre. No es difícil suponer que el afamado arquitecto haya educado a su hija favorita dentro de los “férreos estándares masculinos” predominantes a inicios del Siglo XX. Estas circunstancias, aunadas al abandono y al desamor de su madre y a la inseguridad que sentía por su falta de belleza (tenía fama de tener un rostro poco agraciado, pero bonita figura), formaron a una mujer, como ya lo dije, poco convencional y fuera de serie; gigante en talentos, pero más aun en inseguridades y dependencias.
Pocos sabemos lo que hacía Antonieta, pero desafortunadamente, casi nadie se dio cuenta de “quién” era esa extraordinaria mujer.
A principios del Siglo XX, Antonieta era una joven que hablaba a la perfección cinco idiomas, además del castellano. Era una gran conversadora, una versátil escritora y una destacada bailarina, que se dio el lujo de convertirse en el “Lorenzo de Médicis” mexicano, así como de adherirse a los ideales revolucionarios, pese a que su padre perteneció al porfiriato.
¡Pobre Antonieta! Ella, que se inclinó por el “dar” y el ”hacer” más que por el “ser”, ha sido víctima de las enciclopedias y de las novelas históricas, que repararon más en su “escandalosa vida”, que en todo lo que aportó a México.
Para muestra de lo anterior, bastan algunos botones: Antonieta se enamoró de dos figuras célebres, a quienes apoyó hasta la total donación de su ser. Uno fue el pintor Manuel Rodríguez Lozano; y el otro, el gran pensador mexicano, José Vasconcelos (por quien profeso una ferviente e indescriptible admiración).
Pues bien, la prensa destaca e incluso publica las cartas que de manera reiterada y apasionada le escribía Antonieta a Manuel, quien jamás le correspondió por su abierta homosexualidad; sin embargo, pocos han hecho hincapié en todo el apoyo moral y económico que brindó Antonieta al fotógrafo, a grado tal de convertirse en su mecenas.
Pasemos ahora al tema de José Vasconcelos. Si las generaciones actuales acaso han escuchado hablar de María Antonieta Rivas Mercado, seguro será por haber sido la amante de Vasconcelos, y por haberse suicidado en Notre Dame; cuestión que propició el cierre de la Catedral hasta limpiarla del sacrilegio cometido.
Tristemente, pocos saben que Antonieta fue la principal patrocinadora de la campaña política del “Maestro de América” y que le ayudaba a dictar sus conferencias. Antonieta vivió a “sangre y fuego” el episodio del fraude electoral perpetrado en contra de Vasconcelos, y lo siguió hasta el exilio en Francia, en donde tres culpas la condujeron al suicidio: la culpa por la derrota de Vasconcelos, la culpa por no haberle podido conseguir, ella misma, el triunfo; y la más terrible de todas, la culpa que se atribuyó por no haber podido conseguir el amor de su idolatrado ideólogo, después de haberse donado a él por completo.
Sí, muchos saben que se suicidó, algunos saben que tuvo amantes; otros, que se condujo de manera “políticamente incorrecta” en ese complicado mundo de las relaciones sentimentales; pero lo que la mayoría ignora es que gracias a ella y a Carlos Chávez tenemos una orquesta sinfónica nacional (la cuál solamente lleva el nombre de este último), que formó e impulsó el Teatro Ulises, y que derrochó su fortuna personal impulsando las carreras de grandes artistas como Salvador Novo, Xavier Villaurrutia y Gilberto Owen. ¿Qué habrían hecho ellos sin tu eterno impulso, Antonieta?
¡Me dueles Antonieta! ¿Y cómo no vas a dolerme si nunca te diste cuenta de tu propio valor, pese a que la amistad desinteresada de García Lorca y el amor incondicional de Andrés Henestrosa resultaran suficientes para demostrártelo?
Me dueles Antonieta, porque te enamoraste de hombres egoístas, obcecados por un triunfo material e intelectual que los inhabilitaba para amarse incluso a sí mismos. Tal vez, tu gigantesca figura paterna fue la que te impidió actuar de otra manera. “Antonieta: la benefactora, Antonieta: la que siempre cuida a los demás menos a sí misma, Antonieta: la que siempre ama sin ser amada”.
Me dueles Antonieta porque te donaste, hasta vaciarte por completo. Entregaste todo lo que tenías y hacías, tal vez con el afán desesperado de encontrar ese amor que jamás llegó a ti. No sé si nunca llegó o no lo viste pasar. Al final del día, el resultado fue el mismo.
Me dueles Antonieta, porque en resumen, naciste, creciste, y moriste a “la sombra del Angel” (figura de tu exitoso padre), a la sombra de José Vasconcelos, a la sombra de los injustos juicios de tu tiempo, y bajo la enorme sombra de ti misma, de tus temores y de tus dependencias. Viviste rodeada de quimeras que ni medianamente se equiparaban a esa enorme luz que irradiabas, pero que fuiste incapaz de apreciar.
Sin temor a equivocarme puedo afirmar que te debemos mucho. Algunos ignoran tus hazañas, otros distorsionan tus aportaciones o las adjudican a terceros; muy pocos conocemos tus obras, pero creo que nadie, ni tú misma, sabía lo que eras y valías en realidad. ¿Cómo iban a quererte, si tú misma no te querías, si tú misma dejaste de ser tu prioridad?.
¡Cada vez que pienso en ti, me dueles Antonieta!. Muchos años intenté emularte, pero ya no. Hoy prefiero maravillarme con tus grandiosas obras y aportaciones, pero sobre todo, centrarme en descubrir a ese ser maravilloso eclipsado por la “sombra del Angel”, y sepultado por ti misma.
Si acaso te conviertes en la efigie del “Feminismo Mexicano”, que quede claro que el precio que tuviste que pagar fue demasiado alto, pues tu vida llena de culpas y entregas dolorosas que rayaron en la inmolación, hicieron que no vieras ni la grandeza de tu ser, ni lo excelso de tus logros.
María Antonieta, aunque te admiro, me dueles, pues fuiste de tu padre, de tus hermanos, de tu hijo, de Rodríguez Lozano, de Vasconcelos, pero nunca fuiste de María Antonieta Rivas Mercado.
[1] Por cierto, vale la pena leer los cuentos que Emma Cárdenas escribió sobre Malitzin y sobre Tecuixpo, la hija de Moctezuma; son una joya.
[2] De hecho, la nuera de Antonieta Rivas Mercado escribió un libro sobre su vida, al que le puso por nombre “A la sombra del Angel”, y es de ahí donde tomé la inspiración para el título de este breve artículo.